La Onda Septimus
El pasado otoño, durante un encuentro mantenido con sus lectores dentro de la última edición de Getafe Negro, Jo Nesbø confesó haber leído antes a los imitadores de Raymond Chandler que al propio Chandler. Acudí a la cita por razones de trabajo. No me interesan ni Nesbø ni la novela negra en su conjunto. Sin embargo, aquella paradoja -tan significativa respecto al desmesurado auge del relato criminal al que asistimos- me llamó la atención sobremanera.
En algunos aspectos, algo muy semejante podrían decir quienes hayan descubierto las aventuras de Blake y Mortimer en las entregas de los últimos diecinueve años. Frente a las ocho escritas y dibujadas por el gran Edgar P. Jacobs, publicadas en doce álbumes entre 1946 y 1970, ya son nueve las debidas a distintos dibujantes y guionistas. Admiradores de Jacobs pero también sus imitadores -al fin y al cabo de eso se trata cuando se incorporan a la serie- sus episodios han ido apareciendo en once álbumes publicados entre 1996 y 2014. En efecto, el año pasado llegó en el mercado francófono Le Bâton de Plutarque, última entrega de la colección, aún inédita en España.
Empezando por Bob de Mor -junto con el propio Jacobs y Jacques Martin el tercero de los grandes discípulos de Hergé-, autor de los dibujos del segundo tomo de Las tres fórmulas del profesor Sato (1990), inacabado cuando Jacobs murió en 1987, por la serie han pasado algunos de los mejores del cómic franco-belga de los últimos años: Jean Van Hamme (guión) y Ted Benoit (dibujo) -El caso de Francis Blake (1996), La extraña cita (2001)-; Yves Sente (guión) y André Juillard (dibujo) -La maquinación Voronov (2000), los dos tomos de Los sarcófagos del 6º continente (2003 y 2004 respectivamente), El santuario de Gondwana (2008), El juramento de los cinco lores (2012)-, Jean Van Hamme (guión) y René Sterne y Chantal de Spiegeleer (dibujo) -la primera entrega de La maldición de los treinta denarios (2009)-; Jean Van Hamme (guión) y Antoine Aubin y Étienne Schréder (dibujo) -la segunda entrega de La maldición... (2010)-.
Se diría que para los actuales maestros de la Línea Clara, dibujar un álbum de Blake y Mortimer supone una suerte de master en su carrera. Lo que no quita para que la confluencia de talentos -de imitadores- haya ido en detrimento de la identidad original de la colección. Esto es algo común a todos los personajes cuyas aventuras se prolongan más allá de la muerte de sus autores. Yo lo acusé por primera vez en El juramento de los cinco lores, mucho más próximo al universo de Lawrence de Arabia (1962), la película de David Lean del 62, que a las aventuras de los amigos del Centaur Club. Aunque entonces me planteé no seguir una colección que parece querer prolongarse hasta la desmesura -como las aventuras de Spirou y Fantasio o las del teniente Blueberry- mi voluntad a este respecto es tan débil como la de los fumadores pusilánimes puestos a dejar el tabaco.
Apenas llegó a las librerías La onda Septimus el pasado mes de noviembre corrí a comprarla. Desde entonces me he deleitado en su lectura, lentamente y con lupa, que es como me gusta dar cuenta de los grandes cómics desde que tengo la vista cansada y se me pasó la edad de leer tebeos. Como su propio título sugiere -el profesor Septimus es el villano de La marca amarilla (1953), un mad doctor del que Olrik, el archienemigo de nuestros héroes sólo es su conejillo de indias, su "Guinea Pig", su pelele- se trata de un regreso al universo de Jacobs en el que todo es goce. Así volvemos a encontrarnos a Nassir, el fiel sirviente indio de los dos ingleses -que es como Néstor a las aventuras de Tintín-, Mrs Benson, la casera de la residencia del profesor y el capitán en Park Lane e incluso Dick, el taxista de La marca amarilla. Todos contribuyen a esa celebración del universo de unos personajes que tanto estimo desde que, hace ya medio siglo, me adentraba en el de Tintín.
Pero también, como apunta Dufaux en la dedicatoria del álbum, al asunto de El experimento del doctor Quatermass. Aquella celebrada serie fantacientífica que constituyó uno de los grandes éxitos de la BBC durante los años 50, llegada a las pantallas españolas en los filmes que le dedicó la queridísima Hammer: El experimento del doctor Quatermass (Val Guest, 1955), Quatermass II (Val Guest, 1957) y ¿Qué sucedió entonces? (Roy Ward Baker, 1967). Y es que La onda Septimus también homenajea a esa entrañable ciencia ficción de mediados del amado siglo XX, en la que cualquier tontería, que sonara a descubrimiento científico, ponía en peligro la supervivencia de la Humanidad o el futuro de La Tierra para deleite de los aficionados al género. Fantaciencia de la que las aventuras de Blake y Mortimer, aunque a veces se haya olvidado en las entregas de la serie no debidas a Jacobs -por ejemplo, La maldición de los cinco lores-, fueron uno de los mejores ejemplos.
Estamos en el Londres de 1954, apenas un año después de que Olirk diese muerte a Septimus con el mismo Telecefaloscopio con el que Septimus le sometió a él. Un cuarteto de juramentados quieren hacerse con el procedimiento del perverso científico para someter la voluntad de la gente. Les hace falta un nuevo Guinea Pig. No muy lejos de donde se reúnen los compinches, en un fumadero de opio de Limehouse, Olrik, acuciado por los dolores que aún le quedan de cuando Septimus experimentaba con él, se ha convertido en un opiómano. En su embriaguez se le aparece la imagen de Septimus cuando le magnetizaba con el disco.
En paralelo, Mortimer, que prosigue en su laboratorio los experimentos con el Telecefaloscopio de Septimus y su Onda Mega "para el control de las ondas cerebrales superiores", aunque naturalmente con un buen fin, ve interrumpida su tarea cuando saltan los plomos tras la extraña muerte de un demente presa de una no menos extraña descarga eléctrica. Cuando nuestro héroe se va, dejando solo a Nasir en el laboratorio, éste ve algo que le aterra. De dicha visión sólo se muestra al lector la sombra, que es un nuevo tributo. Esta vez a la sombra del Nosferatu de Murnau (pág. 15, antepenúltima viñeta).
A la mañana siguiente, un Septimus que se mueve como un autómata vuelve a caminar por las calles de Londres. Olrik, por su parte, sigue viéndole multiplicado hasta el infinito en las alucinaciones de su embriaguez. Cuando en un momento de lucidez cree que escapa de quienes le mantienen en el fumadero, éstos le entregan al teniente McFarlane, uno de los juramentados en pos de los nefastos descubrimientos de Septimus.
Tanto el primer demente como un nuevo al que encuentra Scotland Yard pertenecieron a una unidad militar que durante la guerra -la del Espadón, por supuesto- descubrieron "un artefacto que escapa a toda clasificación terrestre" en un inmensa gruta que horada el subsuelo de Londres. En efecto, como en ¿Qué sucedió entonces?, la última entrega de la trilogía del doctor Quatermass. Desde su chifladura, los soldados y su jefe, el comandante Banks, permanecen ingresados en Bedlam, el mítico psiquiátrico de Londres. Considerado el primer manicomio del mundo, ya en 1946 inspiró una de las legendarias producciones del ciclo de terror de Val Lewton dirigidas por Mark Robson. En Bedlan, a la espera del ataque de un enemigo inexistente, se encuentran recluidos escuchando por su radio la voz de Septimus, que les somete con su llamada a Guinea Pig. Y también es en Bedlam donde Blake y Mortimer coinciden con Lady Rowana, otra de los juramentados. Al reconocer a Mortimer, le invita a unirse a una velada en su casa en torno al Telecefaloscopio. Nuestro profesor, azorado por el encanto de milady, acepta.
Antes de que Mortimer acuda a la cita se nos lleva a la viñetas en que Blake se adentra en el "extraño artefacto que escapa a toda clasificación terrestre" -a mí me ha recordado al Modulo Lunar del Apolo 11 pasado por la deliciosa imaginería de naves fabulosas de la serie-, que aguarda bajo las estructuras de King's Cross. Una vez dentro, el capitán descubre una ilusión que reproduce una sala de lectura del Museo Británico. Sin embargo, en los anaqueles de las estanterías, todos los libros son distintos ejemplares de un mismo título: La onda Mega, el ensayo por el que se condenó a Septimus al ostracismo en La marca amarilla. No obstante, lo único que es real allí -lo demás acaba por desvanecerse- es una columna central que muestra imágenes fluctuantes de nuestro mad doctor llamando a su Guinea Pig. En efecto, allí se concentra la voluntad, el espíritu, la quinta esencia o qué sé yo, de Septimus. El caso es que se trata de una fuerza, poderosa y etérea, que obedece al perverso científico.
Durante la vista del profesor al laboratorio de los juramentados, respondiendo a la invitación de Lady Rowana, los acontecimientos se desatan. Tras darle a beber una droga que anula la voluntad mezclada con el champán, pretenden que Mortimer les cuente cuanto sabe sobre el Telecefaloscopio, en donde tienen sentado a Olrik. Pero el profesor es un hueso duro de roer. Con un ápice de albedrío que aún le resta, consigue accionar el botón que descarga el ingenio, poniendo así en marcha su destrucción.
Mientras tanto, en la calles, la Onda Mega ha puesto en circulación una serie de clones de Septimus. Ese mismo será el destino del banquero Balley, otro de los juramentados, antes de desvanecerse en una masa informe que tanto nos recuerda a la de Quatermass II. Sin embargo, en las calles los clones ya son una legión que se introduce sin que nadie pueda frenarlos en el laboratorio. Desbordados por ellos, Olrik y Mortimer, unidos contra el nuevo enemigo común, huyen por las cloacas junto a los juramentados. A estos últimos se les pierde allí la pista, abriendo así la posibilidad para una futura reaparición en una aventura venidera.
Ya en su propio laboratorio, Mortimer hace los ajustes pertinentes para que la onda que produce su Telecefaloscopio -a la que ha llamado la Onda Septimus- pase a controlar la Onda Mega mediante la que Septimus subyugaba a Olrik. Para ello precisa de la colaboración del coronel y el villano, que aquí es más víctima que ninguna otra cosa, accede a sentarse en el Telecefaloscopio de Mortimer. Teletransportado al "extraño artefacto que escapa a toda clasificación", en su interior da muerte a Septimus unos instantes antes de que Blake vuele el extraño módulo.
Cuando Londres recupera la calma, Olrik, alienado, está recluido en Bedlam junto a Banks y su tropa. Todo es goce, sí señor.
Publicado el 18 de abril de 2015 a las 22:45.